En los vestidores, el
equipo Kurdistaní se preparaba con su galante primer uniforme, con
base en blanco y vivos rojos en el pecho, con adornos laterales en
gris; el short totalmente blanco, con una raya vertical en la lateral
de cada pierna; así como las calcetas blancas con 3 rayas
horizontales grises a la altura de las espinillas. Saltarían al
campo con todo, menos con su delantero estrella.
-Fidencio, quiero
hablar contigo...- Le dijo Mauler, el director técnico del equipo al
joven, al salir del vestidor.
-¿Qué pasó?...
Dime...- Respondió el delantero, pasando sus dedos por su crecida y
cerrada barba, intrigado por el suspenso.
-Mira hijo, me llegó
un comunicado, la cosa es muy seria, estoy seguro que ya lo sabes...
Fidencio se quedó
petrificado con los ojos en el suelo e incapaz de contestar en ese
momento. Sólo se aclaro la garganta lo suficiente para una palabra:
-Entiendo...
-En este partido vas a
ser suplente. No podemos darnos el lujo de meterle más polémica al
partido...
-Pero... son
exageraciones... Tú me conoces de más de 4 años... ¿Qué onda?
-Si te creo o no, es
irrelevante. Tuvimos que dividir las barras de cada equipo con mallas
ciclónicas y varias decenas de granaderos para que no se destripen
al final... ¿Quieres echarle más leña al fuego?
-Bueno, está bien...
Es tu equipo...- Le contestó el astro desencajado y apenas de pie
por el temblor que dominó sus rodillas. Sería aún más difícil su
camino a las bancas.
Con el Camp Nou a
reventar, la selección de Serbetistán saltaba así mismo, al campo,
con sus colores totalmente azúl marino con vivos en color dorado. El
mundo entero sintonizaba también por sus pantallas -tanto humildes,
como enormes despliegues de plasma capitalista- la final más
polémica que nunca se había jugado sobre la tierra. Dos naciones
que llevaban casi un cuarto de siglo peleando a muerte por razones
políticas muy complejas; dos naciones que alguna vez fueron una sola
y próspera civilización hasta que ideas separatistas y extremistas
llegaron a un sector de la población que necesitaba desesperadamente
creer en algo.
-Señoras y señores,
es un verdadero privilegio estar esta tarde con ustedes en esta final
de la copa del mundo. Tenemos un partido totalmente electrizante
entre los seleccionados de Serbetistán contra sus homólogos de
Kurdistán. El público está convulsionando con emoción y espero
sinceramente que predominen el buen fútbol y la pasión del deporte
y el juego limpio.
-Así, es mi querido
Lucas, esperemos que todo salga bien.
Ambos narradores
compartieron la alineación de ambas escuadras, haciendo notar la
ausencia del delantero estrella kurdistaní: sin duda alguna debía
ser por la polémica que había surgido hacía algunos días en redes
sociales. A pesar de la gigantesca importancia de este partido, Saenz
permanecería en la banca, como relevo.
-Bueno, probablemente
es para que Skinner comience a sentirse en confianza siendo titular,
¿No?. Es joven; sería la primera vez que esté a cargo de la
ofensiva kurdistaní.
-Esperemos que haga un
papel brillante y que no vaya a sembrar calabazas.
En los megáfonos
tocaron los himnos nacionales de cada país, para respeto de unos y
burla de los contrarios; los ánimos comenzaban a caldearse y el
balón todavía no daba ni su primer bote. Los granaderos aguardaban,
algunos con los cascos ya bien puestos y otros lanzando advertencias
a los aficionados en los extremos de cada lado del estadio.
Cada quien tomó su
posición en la cancha, con el árbitro central entre ambos
capitanes, se realizó el volado para ver quién tendría la posesión
del balón. Hummels, el sempiterno capitán kurdistaní ganó el
volado y por razones políticas se saltaron el cambio de banderines.
Cerraron la formalidad con un breve apretón de manos y un
intercambio de miradas asesinas con Ströker, su homólogo Serbet.
Fue un primer tiempo de
locura. Afortunadamente la rivalidad no tomó tintes necesariamente
violentos, pero predominó el uso del cuerpo, los empujones en los
tiros de esquina, barridas y jalones de camiseta. Se repartieron las
primeras 3 tarjetas amarillas para cada equipo en un tiempo récord.
El árbitro auxiliar pitó el final, anunciando el medio tiempo.
Mauler esperaba a sus muchachos en los vestidores con los nervios de
un cero a cero y el traje gris oxford completamente desaliñado.
-Muy bien, muchachos.
Necesitamos meter el gol decisivo. Quiero que ataquen como si no
hubiera mañana.
Fidencio pensó que él
podría hacer la diferencia, pero estaba tan desmotivado por el hecho
de no ser titular en un partido tan importante que no dijo nada y se
quedó mirando su celular con la sudadera tricolor y el pants aún
puestos, sentado en una banca de los vestidores mientras los demás
se duchaban, lo más lejos de los otros suplentes que pudo. No había
intercambiado palabra con nadie durante los primeros 47 minutos del
encuentro.
-Muchacho, contigo
quería hablar.
-Sí, ya sé, ya sé,
ya lo he leído todo en redes sociales. No sé qué pensar... ¿Tú
les crees?... Es lo más amarillista que he leído en mi vida...
“Fidencio: sembrando
odio separatista en el polvorín que es este país” se alcanzaba a
leer en la pantalla del jugador.
-Mira, a este punto es
irrelevante si te creo o no... No queremos que la Selección Nacional
se manche con toda la mierda que están lanzando en redes sociales.
¿Lo entiendes, verdad?...
-Sí, ya sé, el
prestigio lo es todo...- respondió el delantero
-Entonces estarás de
acuerdo que lo único que te queda es disculparte con la directiva de
tu club y retirarte del fútbol, ¿No?... No te cierres las puertas,
tal vez en unos años podrías ser entrenador o algún puesto
directivo... Ya le escribieron al presidente de tu club, exigiendo
que te despida...
-Bueno, y ¿Cómo sabes
todo eso?...
-También me mandaron
el correo a mí, firmado por varias asociaciones nacionalistas. Yo
les he dicho que este será tu último partido. Lo siento, en verdad
lo siento...- el director técnico se paró y abandonó los
vestidores para irse a su puesto directivo en la cancha, luego de
palmear la espalda del muchacho.
Él se encontraba
totalmente desencajado y con la mirada fija al infinito. Simplemente
no podía creer que su vida estuviera arruinada en el pico de su
carrera, todo por el amarillismo de los medios de comunicación. Sí,
había criticado -con sátira y sarcasmo- algunos métodos
extremistas de políticas públicas serbets en redes sociales y
algunas personas se lo habían tomado demasiado en serio comenzando a
insultar y a amenazar, pero nunca pensó que todo esto escalara tan
lejos. Finalmente la gente en internet insulta por las cosas más
triviales. Pero quizás debió parar a tiempo o censurar a quienes
tenían ese tipo de actitudes, es cierto. Hubiera... no hay una
palabra más cruel y menos cuando ves tu carrera destruida.
El segundo tiempo
comenzó con aún más frenesí. Patadas, codazos y empujones al por
mayor. Atrás había quedado la magia serbet del juego bonito. Habían
cambiado su juego de toques cortos y gambetas dignas de un ballet
clásico por sendos guadañazos cada que perdían el balón. Las
tribunas hacían gala de cánticos cada vez más ofensivos, batucadas
que ya no cantaban para apoyar a su equipo si no para innsultar a los
rivales y sus familiares; extensas expresiones de antideportivas que
cada vez sólo se volvieron más incivilizadas con la caída del
primer gol.
-¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL...
de Ströker!... al minuto 72 remata de tijera en un tiro de esquina...
Un gol que viene a ponerle el primer clavo a la escuadra
kurdistaní...
-Los blancos no van a
estar felices, eso sí...
De un lado, las gradas
enloquecieron con pirotecnia azul, al ritmo de las tribales batucadas
que aprovechaban el anonimato para intentar lanzar toda clase de
proyectiles por encima de los granaderos y de la malla de seguridad.
Una lluvia de vasos de cartón y plástico provenientes de ambos lados -llenos de todo tipo
de líquidos- se estrellaban inútilmente en los cascos de los
granaderos. Sin embargo, las fuerzas del orden fueron tolerantes y
todavía aguantarían antes de lanzar los gases lacrimógenos por el
bien del deporte.
Del otro lado, los fans
blanquirrojos lanzaban toda clase de basura al campo, como queriendo
descalabrar a los jugadores contrarios con vasos desechables y
rollos de papel de baño, para vengarse por haberse puesto adelante
en el marcador.
El director técnico
maldecía a la defensa del equipo que no supo ganar el tiro de
esquina y al portero que se abalanzó por el balón, pero en
dirección contraria. Hizo una doble sustitución para al menos tener
gente fresca y con la mente tranquila en la defensa para que no
hicieran más grande la ventaja.
Las jugadas comenzaron
a ser más violentas y desesperadas. Patadas y barridas por todos
lados que ni el árbitro ni sus asistentes marcaban para no
acrecentar la polémica en las tribunas. Un patadón por acá, otro
jalón de camiseta por allá; jugadores que se hacían de palabras y
se llamaban por toda clase de despectivos racistas; era la sucursal
del infierno.
De pronto, en una
jugada de rutina, un mediocampista azul, cansado y ya con poca visión
de cómo despejar el balón y llevarlo a la ofensiva, le regresó el
balón a los pies del portero, pero no puso cuidado a que Skinner
estaba justo detrás de él, esperando el mínimo error y en cuanto
el balón abandonó su botín, el blanquirrojo pegó la carrera tras
el esférico.
-Skinner, se quedó
solo con el portero... ¡Se prepara para disparar!...
El portero se lanzó a
los pies de su contrincante para intentar recuperar el balón, pero
fue demasiado tarde. Skinner saltó con el balón entre los pies.
Aunque el guardameta alcanzó a pescar el pie izquierdo de su rival,
el balón ya había escapado y rodó lento pero seguro a cruzar la
línea del gol, mientras que el delantero cayó de cara en el césped.
-¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!...
¡Con este gol Skinner seguro se gana la titularidad!... ¡El público
se vuelve loco y el partido aún no acaba!.
En las tribunas los
blanquirrojos enloquecieron de júbilo encendiendo más pirotecnia,
pero esta vez entintando el ambiente de rojo y de cantos cada vez más
violentos, tanto que tuvieron que bajar el volumen para poder
seguirlo transmitiendo por televisión abierta. El joven novato se
levantó solo y se alejó de la portería cojeando ligeramente,
haciendo señas a los camilleros que espraban en la banda lateral para indicar que sus servicios no serían
necesarios. Al momento en el que el furioso portero sacó el balón
del fondo de la red el reloj marcó los 90 minutos y el árbitro
silbó el final del encuentro regular. Tendría que definirse todo en
tiempos extra y si no, a la cardíaca ronda de penales.
Los aguadores y
preparadores físicos saltaron a la cancha, una vez que ambos equipos
cambiaron de portería. Algunos estiraban las cansadas y acalambradas
piernas; otros recibían masajes y un buen trago de agua; cambiaron
playeras totalmente empapadas de sudor por frescas y hasta el portero
kurdistaní se puso de rodillas a orar en el marco de su portería.
Por primera vez en todo el encuentro, el silencio de la expectación
reinó entre los aficionados que miraban fijamente a sus favoritos.
El director técnico
hablaba con los de la banca. Aún le quedaba una sustitución y les
explicó que si el partido no se resolvía, la usaría en el segundo
tiempo de alargue.
El árbitro silbó el
inicio del primer tiempo extra y ambos equipos saltaron con renovados
bríos durante la primera mitad. Habían dejado atrás el juego rudo
ante la amenaza de quedarse con uno menos y se resolvían a pasear el
balón por su propio pedazo del campo para intentar ver un error del
contrario. Perdían el esférico e inmediatamente lo recuperaban. Los
delanteros corrían intentando crear oportunidades de gol, pero los
defensas contrarios siempre encontraban la manera de despejar. Sube y
baja, ataca y defiende en un juego de nunca acabar. Emoción para
mantener a los aficionados tranquilos y totalmente absortos a lo que
ocurría en el césped. En la última jugada, como si fuera un deja
vú, Skinner se volvió a quedar solo contra el portero serbet.
-Skinner, Skinner, va
por el segundo...
Y en eso, pasó algo
que ni el portero pudo prever. Skinner apoyó todo su peso en el pie
izquierdo y perfiló su pierna favorita hacia atrás para tirar un
cañonazo, pero el tobillo falló y calló de espaldas con una
flamante fractura expuesta de tobillo. Los ligamentos no aguantaron
el estrés y, resentidos por la caída de su primer gol, cedieron en
un crujido espantoso. El balón salió gentilmente del campo para un
saque de meta que tardaría en suceder.
Los camilleros llegaron
inmediatamente al área chica donde Skinner yacía retorciéndose de
dolor y agarrando su pierna con ambas manos. Inmediatamente se lo
llevaron en camilla hacia la enfermería.
Mauler se arrancó la
corbata ante el estrés y se le desabotonaron los primeros botones de
la camisa. De la bolsa de su pantalón sacó un pañuelo para
limpiarse la perlada frente y avanzó con el juez de línea para
indicarle que el número 10 entraría a sustituir a su caído número
11.
Fidencio se apresuró a
quitarse la sudadera y el pants de entrenamiento, quedando con su
amada camiseta, su short y sus estrambóticos tacos color gris con
vivos en naranja. Sería poco lo que jugaría del primer tiempo
extra, pero le serviría de entrenamiento para el segundo.
Logró, para sorpresa
de nadie, abrirse paso ante sus adversarios dominados por el
cansancio y los calambres; creó un peligroso intento de gol que dejó
a los contrarios preguntándose si podrían aguantar la segunda
mitad. El árbitro pitó y volvieron a entrar los preparadores
físicos y los aguadores.
Fidencio se apartó de
los demás a su propia portería, donde se unió al guardameta en su
oración, ante la sorpresa de todos, quienes no sabían si de verdad
había dejado de ser ateo, o sólo le pedía una intervención al
altísimo para poder limpiar su nombre luego de lo publicado en
internet.
Abrió el segundo
tiempo extra y Fidencio hizo la diferencia de alguien que comienza
una carrera en los últimos kilómetros contra quienes ya llevan casi
terminado el maratón. Fusiló al portero 4 veces más, pero sus
nervios de acero serbet nunca lo traicionaron, repeliendo cada uno de
los tiros.
Finalmente le dieron
una diagonal larga a Fidencio, se quitó a 2 defensas que miraron con
locura cómo los dejaban atrás y disparó al ángulo opuesto donde
lo esperaba el portero serbet, quien ni volviéndose superman podría
haberlo detenido.
-¡¡GOOOOOOOOOOOOL DE
KURDISTÁN!!... ¡¡Faltando 2 minutos para el final del encuentro
esto prácticamente se acabó!!- gritaron los narradores para la
televisión abierta. Y luego el silencio forzado por las cámaras
ante el caos.
Mientras Fidencio
corría solitario -no, nadie se juntaría a celebrar con él, no
fuera que ensuciaran su reputación- por el campo de los contrarios,
señalando al cielo con ambos índices, los aficionados perdieron la
razón y el civismo. Mientras pensaba en sus antepasados que
seguramente lo veían desde el más allá y se levantaba la camiseta
para besar el escudo de su pecho, empezaron a llover petardos tanto
al campo de fútbol como entre los aficionados. El árbitro tuvo que
silbar el final del encuentro mientras los granaderos contenían a la
multitud que se deshacía en múltiples broncas, empanizadas de gas
lacrimógeno. Fidencio terminó su frenética carrera y volvió a la
realidad.
-Ha sido un honor,
hermano...- Se le quebró la voz mientras le tendía la mano al
guardameta, con quien también había hecho equipo los últimos 4 años en
el FC Microcosmos en su país natal.
-El honor es mío- Le
replicó el portero y lo abrazó, sabiendo que rompería en lágrimas
y le acarició la cabeza con las manos ya desnudas.
Fidencio Sánz hizo una
pequeña reverencia al poco público que aún conservaba la cordura,
se quitó la camiseta, volteó a ver el cielo y se cubrió la cabeza
y parte de la cara con ella. En parte para secarse el sudor y en
parte para que no distinguieran sus lágrimas de lejos.
-¡Oye, oye, oye....!,
No te vayas, concédenos una entrevista...- Le jalonean los
periodistas.
-Yo creo que ya se dijo
con los directivos todo lo que se tenía que decir- Responde el zurdo
interpelado y se talla los ojos rojos con su sudorosa camiseta que ya
lleva en la mano solamente.
-Pero... la polémica...
-Tú mejor que nadie
sabe que la prensa puede exagerar cualquier nota con tal de exhibir y
quemar a alguien. Todo sea por la política y por vender más
diarios. Yo ya expliqué lo sucedido, adiós...- Y siguió caminando directo a la salida del estadio, cubriéndose la cara con los colores que tanto
amó, defendió y respetó hasta el final. No por vergüenza, si no
porque aún a estas alturas, detestaba que lo vieran llorar.
Caminó completamente
ajeno a las trifulcas en las calles aledañas al estadio, indiferente
a la premiación o al infierno que se hubiese desatado en el Nou
Camp. Caminó apretando el paso hasta que logró conseguir un taxi.
-¡Taxi!- El taxi frenó
y se subió en la parte de atrás.
-¿A donde vamos,
joven?...
-Al hotel Mayorazgo,
por favor.
-¡¡No... no puede
ser... usted es el delantero del FC Microcosmos!!... Estuve viendo el
partido por el celular. ¡Qué golazo acaba de anotar!. ¿Me firma un
autógrafo antes de irnos?. ¿Sería mucho pedir una selfie?...
Aceptó y tuvo que
fingir una sonrisa ante el lente de la cámara del celular del
taxista para que avanzaran discretamente entre la noche. Sin fuerzas
de hablar le dijo al hombre del volante que se encontraba muy cansado
para evitar la plática y él lo respetó hasta que llegaron a su
destino.
-Servido, joven- la voz del ruletero lo sacó de sus cabilaciones como un balde de agua fría.
El deportista le
extendió un billete grande que guardaba en el calcetín cada
partido, como para resguardarse de cualquier emergencia.
-No tengo cambio... le
invito la dejada, tómelo como un regalo por habernos hecho felices a
los fans
-No, no, yo insisto, no
importa, sólo quiero dormir.
El taxista tomó el
billete maravillado y Fidencio se apresuró a su habitación,
pidiendo la llave en la recepción: entre la conmoción había dejado
sus cosas en el vestidor.
Subió a su habitación
y tomó un duchazo. Se puso su playera vieja del FC Microcosmos -con
la que había debutado 4 años atrás, firmada por todos sus demás
compañeros y exentrenador - y subió a la azotea del hotel.
Estaba decidido a no
vivir de otra cosa que no fuera su sueño. El fútbol lo era todo
para él y no iba a darle gusto al morbo de la prensa de verlo
desvanecerse en el anonimato o de conformarse con ser del cuerpo
directivo de algún otro equipo. No iba a portar nunca otros colores
que no fueran los suyos. Se iba a ir en sus propios términos. Así
que se quitó la camiseta, besó el escudo por última vez y
aferrándose a ella saltó de la terraza, con la certeza de que sería
la última vez que despegaba los pies del suelo.