domingo, 22 de marzo de 2015

Sembrador de calabazas

En los vestidores, el equipo Kurdistaní se preparaba con su galante primer uniforme, con base en blanco y vivos rojos en el pecho, con adornos laterales en gris; el short totalmente blanco, con una raya vertical en la lateral de cada pierna; así como las calcetas blancas con 3 rayas horizontales grises a la altura de las espinillas. Saltarían al campo con todo, menos con su delantero estrella.

     -Fidencio, quiero hablar contigo...- Le dijo Mauler, el director técnico del equipo al joven, al salir del vestidor.
     -¿Qué pasó?... Dime...- Respondió el delantero, pasando sus dedos por su crecida y cerrada barba, intrigado por el suspenso.
     -Mira hijo, me llegó un comunicado, la cosa es muy seria, estoy seguro que ya lo sabes...

Fidencio se quedó petrificado con los ojos en el suelo e incapaz de contestar en ese momento. Sólo se aclaro la garganta lo suficiente para una palabra:
     -Entiendo...
     -En este partido vas a ser suplente. No podemos darnos el lujo de meterle más polémica al partido...
     -Pero... son exageraciones... Tú me conoces de más de 4 años... ¿Qué onda?
     -Si te creo o no, es irrelevante. Tuvimos que dividir las barras de cada equipo con mallas ciclónicas y varias decenas de granaderos para que no se destripen al final... ¿Quieres echarle más leña al fuego?
     -Bueno, está bien... Es tu equipo...- Le contestó el astro desencajado y apenas de pie por el temblor que dominó sus rodillas. Sería aún más difícil su camino a las bancas.

Con el Camp Nou a reventar, la selección de Serbetistán saltaba así mismo, al campo, con sus colores totalmente azúl marino con vivos en color dorado. El mundo entero sintonizaba también por sus pantallas -tanto humildes, como enormes despliegues de plasma capitalista- la final más polémica que nunca se había jugado sobre la tierra. Dos naciones que llevaban casi un cuarto de siglo peleando a muerte por razones políticas muy complejas; dos naciones que alguna vez fueron una sola y próspera civilización hasta que ideas separatistas y extremistas llegaron a un sector de la población que necesitaba desesperadamente creer en algo.

     -Señoras y señores, es un verdadero privilegio estar esta tarde con ustedes en esta final de la copa del mundo. Tenemos un partido totalmente electrizante entre los seleccionados de Serbetistán contra sus homólogos de Kurdistán. El público está convulsionando con emoción y espero sinceramente que predominen el buen fútbol y la pasión del deporte y el juego limpio.
     -Así, es mi querido Lucas, esperemos que todo salga bien.

Ambos narradores compartieron la alineación de ambas escuadras, haciendo notar la ausencia del delantero estrella kurdistaní: sin duda alguna debía ser por la polémica que había surgido hacía algunos días en redes sociales. A pesar de la gigantesca importancia de este partido, Saenz permanecería en la banca, como relevo.

     -Bueno, probablemente es para que Skinner comience a sentirse en confianza siendo titular, ¿No?. Es joven; sería la primera vez que esté a cargo de la ofensiva kurdistaní.
     -Esperemos que haga un papel brillante y que no vaya a sembrar calabazas.

En los megáfonos tocaron los himnos nacionales de cada país, para respeto de unos y burla de los contrarios; los ánimos comenzaban a caldearse y el balón todavía no daba ni su primer bote. Los granaderos aguardaban, algunos con los cascos ya bien puestos y otros lanzando advertencias a los aficionados en los extremos de cada lado del estadio.

Cada quien tomó su posición en la cancha, con el árbitro central entre ambos capitanes, se realizó el volado para ver quién tendría la posesión del balón. Hummels, el sempiterno capitán kurdistaní ganó el volado y por razones políticas se saltaron el cambio de banderines. Cerraron la formalidad con un breve apretón de manos y un intercambio de miradas asesinas con Ströker, su homólogo Serbet.

Fue un primer tiempo de locura. Afortunadamente la rivalidad no tomó tintes necesariamente violentos, pero predominó el uso del cuerpo, los empujones en los tiros de esquina, barridas y jalones de camiseta. Se repartieron las primeras 3 tarjetas amarillas para cada equipo en un tiempo récord. El árbitro auxiliar pitó el final, anunciando el medio tiempo. Mauler esperaba a sus muchachos en los vestidores con los nervios de un cero a cero y el traje gris oxford completamente desaliñado.

     -Muy bien, muchachos. Necesitamos meter el gol decisivo. Quiero que ataquen como si no hubiera mañana.

Fidencio pensó que él podría hacer la diferencia, pero estaba tan desmotivado por el hecho de no ser titular en un partido tan importante que no dijo nada y se quedó mirando su celular con la sudadera tricolor y el pants aún puestos, sentado en una banca de los vestidores mientras los demás se duchaban, lo más lejos de los otros suplentes que pudo. No había intercambiado palabra con nadie durante los primeros 47 minutos del encuentro.

     -Muchacho, contigo quería hablar.
     -Sí, ya sé, ya sé, ya lo he leído todo en redes sociales. No sé qué pensar... ¿Tú les crees?... Es lo más amarillista que he leído en mi vida...

“Fidencio: sembrando odio separatista en el polvorín que es este país” se alcanzaba a leer en la pantalla del jugador.

     -Mira, a este punto es irrelevante si te creo o no... No queremos que la Selección Nacional se manche con toda la mierda que están lanzando en redes sociales. ¿Lo entiendes, verdad?...
     -Sí, ya sé, el prestigio lo es todo...- respondió el delantero
     -Entonces estarás de acuerdo que lo único que te queda es disculparte con la directiva de tu club y retirarte del fútbol, ¿No?... No te cierres las puertas, tal vez en unos años podrías ser entrenador o algún puesto directivo... Ya le escribieron al presidente de tu club, exigiendo que te despida...
     -Bueno, y ¿Cómo sabes todo eso?...
     -También me mandaron el correo a mí, firmado por varias asociaciones nacionalistas. Yo les he dicho que este será tu último partido. Lo siento, en verdad lo siento...- el director técnico se paró y abandonó los vestidores para irse a su puesto directivo en la cancha, luego de palmear la espalda del muchacho.

Él se encontraba totalmente desencajado y con la mirada fija al infinito. Simplemente no podía creer que su vida estuviera arruinada en el pico de su carrera, todo por el amarillismo de los medios de comunicación. Sí, había criticado -con sátira y sarcasmo- algunos métodos extremistas de políticas públicas serbets en redes sociales y algunas personas se lo habían tomado demasiado en serio comenzando a insultar y a amenazar, pero nunca pensó que todo esto escalara tan lejos. Finalmente la gente en internet insulta por las cosas más triviales. Pero quizás debió parar a tiempo o censurar a quienes tenían ese tipo de actitudes, es cierto. Hubiera... no hay una palabra más cruel y menos cuando ves tu carrera destruida.

El segundo tiempo comenzó con aún más frenesí. Patadas, codazos y empujones al por mayor. Atrás había quedado la magia serbet del juego bonito. Habían cambiado su juego de toques cortos y gambetas dignas de un ballet clásico por sendos guadañazos cada que perdían el balón. Las tribunas hacían gala de cánticos cada vez más ofensivos, batucadas que ya no cantaban para apoyar a su equipo si no para innsultar a los rivales y sus familiares; extensas expresiones de antideportivas que cada vez sólo se volvieron más incivilizadas con la caída del primer gol.

     -¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL... de Ströker!... al minuto 72 remata de tijera en un tiro de esquina... Un gol que viene a ponerle el primer clavo a la escuadra kurdistaní...
     -Los blancos no van a estar felices, eso sí...

De un lado, las gradas enloquecieron con pirotecnia azul, al ritmo de las tribales batucadas que aprovechaban el anonimato para intentar lanzar toda clase de proyectiles por encima de los granaderos y de la malla de seguridad. Una lluvia de vasos de cartón y plástico provenientes de ambos lados -llenos de todo tipo de líquidos- se estrellaban inútilmente en los cascos de los granaderos. Sin embargo, las fuerzas del orden fueron tolerantes y todavía aguantarían antes de lanzar los gases lacrimógenos por el bien del deporte.
Del otro lado, los fans blanquirrojos lanzaban toda clase de basura al campo, como queriendo descalabrar a los jugadores contrarios con vasos desechables y rollos de papel de baño, para vengarse por haberse puesto adelante en el marcador.

El director técnico maldecía a la defensa del equipo que no supo ganar el tiro de esquina y al portero que se abalanzó por el balón, pero en dirección contraria. Hizo una doble sustitución para al menos tener gente fresca y con la mente tranquila en la defensa para que no hicieran más grande la ventaja.

Las jugadas comenzaron a ser más violentas y desesperadas. Patadas y barridas por todos lados que ni el árbitro ni sus asistentes marcaban para no acrecentar la polémica en las tribunas. Un patadón por acá, otro jalón de camiseta por allá; jugadores que se hacían de palabras y se llamaban por toda clase de despectivos racistas; era la sucursal del infierno.

De pronto, en una jugada de rutina, un mediocampista azul, cansado y ya con poca visión de cómo despejar el balón y llevarlo a la ofensiva, le regresó el balón a los pies del portero, pero no puso cuidado a que Skinner estaba justo detrás de él, esperando el mínimo error y en cuanto el balón abandonó su botín, el blanquirrojo pegó la carrera tras el esférico.

     -Skinner, se quedó solo con el portero... ¡Se prepara para disparar!...

El portero se lanzó a los pies de su contrincante para intentar recuperar el balón, pero fue demasiado tarde. Skinner saltó con el balón entre los pies. Aunque el guardameta alcanzó a pescar el pie izquierdo de su rival, el balón ya había escapado y rodó lento pero seguro a cruzar la línea del gol, mientras que el delantero cayó de cara en el césped.

     -¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!... ¡Con este gol Skinner seguro se gana la titularidad!... ¡El público se vuelve loco y el partido aún no acaba!.

En las tribunas los blanquirrojos enloquecieron de júbilo encendiendo más pirotecnia, pero esta vez entintando el ambiente de rojo y de cantos cada vez más violentos, tanto que tuvieron que bajar el volumen para poder seguirlo transmitiendo por televisión abierta. El joven novato se levantó solo y se alejó de la portería cojeando ligeramente, haciendo señas a los camilleros que espraban en la banda lateral para indicar que sus servicios no serían necesarios. Al momento en el que el furioso portero sacó el balón del fondo de la red el reloj marcó los 90 minutos y el árbitro silbó el final del encuentro regular. Tendría que definirse todo en tiempos extra y si no, a la cardíaca ronda de penales.

Los aguadores y preparadores físicos saltaron a la cancha, una vez que ambos equipos cambiaron de portería. Algunos estiraban las cansadas y acalambradas piernas; otros recibían masajes y un buen trago de agua; cambiaron playeras totalmente empapadas de sudor por frescas y hasta el portero kurdistaní se puso de rodillas a orar en el marco de su portería. Por primera vez en todo el encuentro, el silencio de la expectación reinó entre los aficionados que miraban fijamente a sus favoritos.

El director técnico hablaba con los de la banca. Aún le quedaba una sustitución y les explicó que si el partido no se resolvía, la usaría en el segundo tiempo de alargue.

El árbitro silbó el inicio del primer tiempo extra y ambos equipos saltaron con renovados bríos durante la primera mitad. Habían dejado atrás el juego rudo ante la amenaza de quedarse con uno menos y se resolvían a pasear el balón por su propio pedazo del campo para intentar ver un error del contrario. Perdían el esférico e inmediatamente lo recuperaban. Los delanteros corrían intentando crear oportunidades de gol, pero los defensas contrarios siempre encontraban la manera de despejar. Sube y baja, ataca y defiende en un juego de nunca acabar. Emoción para mantener a los aficionados tranquilos y totalmente absortos a lo que ocurría en el césped. En la última jugada, como si fuera un deja vú, Skinner se volvió a quedar solo contra el portero serbet.

     -Skinner, Skinner, va por el segundo...

Y en eso, pasó algo que ni el portero pudo prever. Skinner apoyó todo su peso en el pie izquierdo y perfiló su pierna favorita hacia atrás para tirar un cañonazo, pero el tobillo falló y calló de espaldas con una flamante fractura expuesta de tobillo. Los ligamentos no aguantaron el estrés y, resentidos por la caída de su primer gol, cedieron en un crujido espantoso. El balón salió gentilmente del campo para un saque de meta que tardaría en suceder.
Los camilleros llegaron inmediatamente al área chica donde Skinner yacía retorciéndose de dolor y agarrando su pierna con ambas manos. Inmediatamente se lo llevaron en camilla hacia la enfermería.

Mauler se arrancó la corbata ante el estrés y se le desabotonaron los primeros botones de la camisa. De la bolsa de su pantalón sacó un pañuelo para limpiarse la perlada frente y avanzó con el juez de línea para indicarle que el número 10 entraría a sustituir a su caído número 11.

Fidencio se apresuró a quitarse la sudadera y el pants de entrenamiento, quedando con su amada camiseta, su short y sus estrambóticos tacos color gris con vivos en naranja. Sería poco lo que jugaría del primer tiempo extra, pero le serviría de entrenamiento para el segundo.

Logró, para sorpresa de nadie, abrirse paso ante sus adversarios dominados por el cansancio y los calambres; creó un peligroso intento de gol que dejó a los contrarios preguntándose si podrían aguantar la segunda mitad. El árbitro pitó y volvieron a entrar los preparadores físicos y los aguadores.

Fidencio se apartó de los demás a su propia portería, donde se unió al guardameta en su oración, ante la sorpresa de todos, quienes no sabían si de verdad había dejado de ser ateo, o sólo le pedía una intervención al altísimo para poder limpiar su nombre luego de lo publicado en internet.

Abrió el segundo tiempo extra y Fidencio hizo la diferencia de alguien que comienza una carrera en los últimos kilómetros contra quienes ya llevan casi terminado el maratón. Fusiló al portero 4 veces más, pero sus nervios de acero serbet nunca lo traicionaron, repeliendo cada uno de los tiros.

Finalmente le dieron una diagonal larga a Fidencio, se quitó a 2 defensas que miraron con locura cómo los dejaban atrás y disparó al ángulo opuesto donde lo esperaba el portero serbet, quien ni volviéndose superman podría haberlo detenido.

     -¡¡GOOOOOOOOOOOOL DE KURDISTÁN!!... ¡¡Faltando 2 minutos para el final del encuentro esto prácticamente se acabó!!- gritaron los narradores para la televisión abierta. Y luego el silencio forzado por las cámaras ante el caos.

Mientras Fidencio corría solitario -no, nadie se juntaría a celebrar con él, no fuera que ensuciaran su reputación- por el campo de los contrarios, señalando al cielo con ambos índices, los aficionados perdieron la razón y el civismo. Mientras pensaba en sus antepasados que seguramente lo veían desde el más allá y se levantaba la camiseta para besar el escudo de su pecho, empezaron a llover petardos tanto al campo de fútbol como entre los aficionados. El árbitro tuvo que silbar el final del encuentro mientras los granaderos contenían a la multitud que se deshacía en múltiples broncas, empanizadas de gas lacrimógeno. Fidencio terminó su frenética carrera y volvió a la realidad.

     -Ha sido un honor, hermano...- Se le quebró la voz mientras le tendía la mano al guardameta, con quien también había hecho equipo los últimos 4 años en el FC Microcosmos en su país natal.
     -El honor es mío- Le replicó el portero y lo abrazó, sabiendo que rompería en lágrimas y le acarició la cabeza con las manos ya desnudas.

Fidencio Sánz hizo una pequeña reverencia al poco público que aún conservaba la cordura, se quitó la camiseta, volteó a ver el cielo y se cubrió la cabeza y parte de la cara con ella. En parte para secarse el sudor y en parte para que no distinguieran sus lágrimas de lejos.

     -¡Oye, oye, oye....!, No te vayas, concédenos una entrevista...- Le jalonean los periodistas.
     -Yo creo que ya se dijo con los directivos todo lo que se tenía que decir- Responde el zurdo interpelado y se talla los ojos rojos con su sudorosa camiseta que ya lleva en la mano solamente.
     -Pero... la polémica...
     -Tú mejor que nadie sabe que la prensa puede exagerar cualquier nota con tal de exhibir y quemar a alguien. Todo sea por la política y por vender más diarios. Yo ya expliqué lo sucedido, adiós...- Y siguió caminando directo a la salida del estadio, cubriéndose la cara con los colores que tanto amó, defendió y respetó hasta el final. No por vergüenza, si no porque aún a estas alturas, detestaba que lo vieran llorar.

Caminó completamente ajeno a las trifulcas en las calles aledañas al estadio, indiferente a la premiación o al infierno que se hubiese desatado en el Nou Camp. Caminó apretando el paso hasta que logró conseguir un taxi.

     -¡Taxi!- El taxi frenó y se subió en la parte de atrás.
     -¿A donde vamos, joven?...
     -Al hotel Mayorazgo, por favor.
     -¡¡No... no puede ser... usted es el delantero del FC Microcosmos!!... Estuve viendo el partido por el celular. ¡Qué golazo acaba de anotar!. ¿Me firma un autógrafo antes de irnos?. ¿Sería mucho pedir una selfie?...

Aceptó y tuvo que fingir una sonrisa ante el lente de la cámara del celular del taxista para que avanzaran discretamente entre la noche. Sin fuerzas de hablar le dijo al hombre del volante que se encontraba muy cansado para evitar la plática y él lo respetó hasta que llegaron a su destino.

     -Servido, joven- la voz del ruletero lo sacó de sus cabilaciones como un balde de agua fría.

El deportista le extendió un billete grande que guardaba en el calcetín cada partido, como para resguardarse de cualquier emergencia.

     -No tengo cambio... le invito la dejada, tómelo como un regalo por habernos hecho felices a los fans
     -No, no, yo insisto, no importa, sólo quiero dormir.

El taxista tomó el billete maravillado y Fidencio se apresuró a su habitación, pidiendo la llave en la recepción: entre la conmoción había dejado sus cosas en el vestidor.
Subió a su habitación y tomó un duchazo. Se puso su playera vieja del FC Microcosmos -con la que había debutado 4 años atrás, firmada por todos sus demás compañeros y exentrenador - y subió a la azotea del hotel.

Estaba decidido a no vivir de otra cosa que no fuera su sueño. El fútbol lo era todo para él y no iba a darle gusto al morbo de la prensa de verlo desvanecerse en el anonimato o de conformarse con ser del cuerpo directivo de algún otro equipo. No iba a portar nunca otros colores que no fueran los suyos. Se iba a ir en sus propios términos. Así que se quitó la camiseta, besó el escudo por última vez y aferrándose a ella saltó de la terraza, con la certeza de que sería la última vez que despegaba los pies del suelo.



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